Parece ser que Sankt Martin, como el propio nombre indica, era un santo. Cuenta la leyenda que la santidad se la dieron porque un día de invierno que nevaba y hacia un frío alemán impresionante (de esos de ponerte leotardos bajo el pantalón), nuestro amigo Martín paseaba a lomos de su bonito caballo (que es blanco o negro según quien cuente la historia) por el monte con su uniforme de soldado romano y su flamante capa roja, hasta que vio a un mendigo descalzo y casi sin ropa andando entre la nieve sin rumbo fijo. Martín, tan bueno que era, se acercó a él y le dio la mitad de su capa, para que no pasara frío.
Y pim pam pum, lo hicieron santo y montaron una fiesta en su honor. Si ya os digo yo que tiempo atrás, entrar al club de los santos era más fácil que hacer papeleo con un funcionario hoy en día.
El caso es que la víspera del 11 de noviembre se celebra la fiesta en honor a este santo, pero nadie sabe exactamente porque. Algunos dicen que es el origen de Hallowen. Otros dicen que es una tradición pre-cristiana sobre el Dios Sol. Otros, como mis padres alemanes, directamente te dicen que nadie sabe que se celebra exactamente, solo que aparece el famoso santo y se comen caramelos y Weckmann.
Son, literalmente, "hombres-panecillo". Son como panes dulces o bollos, con una capa pegajosa por encima. Tienen forma de "persona" (depende del arte de la panadera que parezcan hombres o pequeños Hulks) y llevan incrustada, tampoco tengo yo idea de porque, una especie de pipa de fumar de plástico. Consejo culinario: abiertos en canal y con nutella (y mantequilla, por supuesto) están tremendos.
¿Habeis entendido la historia de Sankt Martin, el mendigo y la capa que he contado antes, verdad? Pues como se celebra el Martinstag tiene que ver con eso entre poco y nada en absoluto.
Todo empieza en el Kindergarten, un par de semanas antes de la noche del 10 de noviembre; los niños son adiestrados en el aprendizaje intensivo de las canciones de San Martín (para agobio y desesperación de padres y au pairs, que no oyen otra cosa durante ese tiempo), y hacen las Laternen.
Todo empieza en el Kindergarten, un par de semanas antes de la noche del 10 de noviembre; los niños son adiestrados en el aprendizaje intensivo de las canciones de San Martín (para agobio y desesperación de padres y au pairs, que no oyen otra cosa durante ese tiempo), y hacen las Laternen.
El día 10, una vez ha oscurecido (vaya, a las 5 y media de la tarde como mucho), los niños y sus familias van al Kindergarten en cuestión, recogen la Laterne, y se dirigen todos (padres, niños, profesores, hermanos, au pairs...) a un punto de encuentro previamente definido donde se encuentran con el resto de niños de las otras guarderías del pueblo/barrio. A la hora fijada, empieza el Sankt-Martins-Umzug (el desfile de San Martín), que consiste en que toda la tropa nombrada anteriormente, con los farolillos y un par de orquestas van del punto A (donde empieza la ruta del desfile) al punto B (donde se encuentra San Martín con su caballo y la Martinsfeuer, es decir, la hoguera de San Martín), cantando las canciones que previamente han aprendido y que tu, sin quererlo ni beberlo, a esas alturas te las sabes al dedillo. La ruta en si, no dura más de media hora. ¿Porque? Porque hace un frío del carajo.
En el punto B, los niños pueden ver a San Martín con su caballo al lado de la hoguera, y este les da un Weckmann a cada uno. Una vez tienes el preciado Weckmann, vas a pasear por el barrio, donde la gente que quiera (que al menos donde yo estuve, eran bastantes), se pone con cestas llenas de caramelos y chocolate en la puerta de su casa, y los niños van con sus Laternen y les cantan una canción de San Martín (o la cantan los padres - y au pairs - mientras que los niños hacen los coros) para que ellos les den caramelos. También los supermercados y tiendas suelen animarse, repartiendo también una fruta por cabeza.
Cuando ya tienes la bolsa que previamente te has traído de casa llena de caramelos, chocolates, minipeonzas de plástico y plátanos, vuelves a casa a cenar el Weckmann y a dormir.